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terapia deportiva para superar la leucemia en niños

Numerosos estudios clínicos apuntan hacia la importancia del ejercicio físico para los menores enfermos de cáncer, ya que mejora su estado de ánimo y minimiza los efectos secundarios de la quimioterapia y radioterapia. Eso hizo que la Fundación Aladina abriera en 2012 su programa de ejercicio físico para los menores con cáncer del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, y las becas deportivas anuales desde 2018, que proporcionan dos horas de entrenamiento personalizado a la semana para los niños que continúan su tratamiento sin estar hospitalizados.

En este largo proceso, no solo es la parte médica la que deja consecuencias físicas. Las largas temporadas de hospitalización hacen que los menores pierdan musculatura y que se deteriore su sentido del equilibrio y su capacidad de movimiento (de hecho, alguno de los primeros ejercicios que practican es permanecer a la pata coja un minuto cada día y estirar el tendón de Aquiles). “Cada niño tiene su plan de entrenamiento específico, según sus necesidades. Prácticamente todos hacen una parte aeróbica y otra de fuerza, pero los ejercicios se limitan según las patologías que tengan”, explica Elena Santana, doctora en Actividad Física y Salud y la especialista a cargo de las terapias deportivas. La personalización alcanza también a los padres, que pueden presentar condiciones tan variadas como hipertensión, diabetes o hernia

El trabajo de Elena Santana con estos niños comienza ya mientras están ingresados en el hospital. Se pasaba por la habitación de Pablo como sigue haciendo con tantos otros, y juntos hacían una rutina. Si estaba bien, 20 minutos de bici, estiramientos, tabla de ejercicios… Y si era un día malo, por una trasfusión de plaquetas, por ejemplo, la cosa se complicaba. “Entonces, lo primero que hacíamos era hablar del Atlético de Madrid o de Fortnite. Había que engancharle de alguna manera. Y luego, venían los estiramientos”, recuerda. “Para ellos es como una vía de escape. Hay padres que, por miedo a que se contagien, meten al niño en una burbuja y no les dejan salir ni estar con amigos”, asegura. “Y los adolescentes también necesitan su propio espacio. Pero todos se preocupan mucho por sus padres; de hecho, se protegen unos a otros, y aprovechan el rato de entrenamiento para desahogarse”.

Se trata, en definitiva, de ponerles a punto para cuando puedan volver a hacer vida normal: colegio, deportes, actividades… Un trayecto que tampoco es fácil para los padres, como reconoce Anabel: “Sales de una burbuja, el hospital, donde está cuidado las 24 horas del día y recibe una atención constante, y pasas a estar solo, sin médicos, ni fundación… Eres tú con la enfermedad. Volver a la rutina es muy duro”.

Una cosa, sin embargo, sobresale sobre todas las dificultades: la esperanza, inabarcable e imposible de esconder. Como la de Pablo, feliz con los días de terapia junto a su madre: “Me siento mucho mejor, la verdad. Me gusta la máquina de hacer ejercicio con las piernas, la bicicleta, las pesas… Ahora, cuando subo las escaleras o me agacho, me cuesta mucho menos levantarme”. Pequeños pasos que poco a poco se harán más grandes, hasta que vuelva, por ejemplo, a jugar con sus compañeros en un campo de fútbol.

fuente elpais.com

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