El dentista de Gabriel García Márquez llevaba colgado al cuello un dije engastado en oro. No era el diente de un tiburón ni un trofeo arqueológico sino un colmillo humano, el incisivo superior derecho del premio Nobel de Literatura que, además de paciente, fue su amigo y padrino de uno de sus hijos. Solicitó semejante honor el propio Gabo, sorprendido al comprobar que su nombre y el de su mujer, Mercedes Barcha, se añadían así a la ya larga lista de protectores y testigos que acudieron a dar fe del agua bautismal…
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