El coche dio vuelta en uno de los retornos de la carretera que los llevaría a la ciudad, a casa. El pequeño Ramiro dejó olvidado un pequeño vagón del tren que hace años la abuela le había regalado. Era uno de esos juguetes que lo acompañaban por donde quiera que iba.
Al llegar al lugar donde habían pasado un rato del día en el campo, y debajo de las ramas de un roble, se encontraba un niño pequeño jugando con el viejo vagón. Tan entretenido estaba que no se percató del ruido que hicieron las pisadas de Ramiro y su papá.
–Mi hijo olvidó su vagón y hemos regresado por él. ¿Quieres devolvérnoslo?
Entonces el pequeño niño tomó el juguete y se levantó del suelo, apretó el vagón con su mano derecha y se lo llevó a su pecho.
–No lo creo así, porque el árbol de vez en cuando tira algunos regalos para mí, contestó convencido de lo que había dicho. Allá vive nana Tina, pueden ir a preguntarle y verán que les dirá lo mismo, así que no les daré el juguete que dicen es suyo. El árbol a mí me lo ha dado. Entonces no esperó a ver las reacciones de padre e hijo. Ese pequeño vagón ya no les pertenecía.
Así que regresaron a casa. Ramiro echó de menos el viejo vagón, el regalo de la abuela que tanto había conservado. Con el paso del tiempo, muchos años, Ramiro no olvidaba ese descuido. Una vez andando por un viejo mercado encontró un vagón de tren similar al que hacía muchos años había dejado olvidado en un viejo roble. Lo compró y lo llevó a casa.
Un sábado antes de que el mediodía llegara, Ramiro decidió visitar aquel campo, así que tomó una mochila y abordó un autobús. No le costó trabajo identificar el paisaje, había mucha más vegetación pero el roble seguía dando flores rosas como la vez en que fue con sus papás a pasar el rato. Llegó y se acercó. En una raíz, despintado, estaba un viejo vagón de tren.
fuente: diariodexalapa.com.mx