MONTERREY, N.L. (apro).- Dos chavales participaron en 1985 en el más espectacular robo arqueológico en la historia en México. El golpe es narrado en Museo (2018), una cinta nacional ubicada en aquella época, y en esta reconstrucción de hechos el director y coguionista Alonso Ruizpalacios imagina cómo habría ocurrido el asalto perpetrado por Juan y Wilson (Gael García y Leonardo Ortizgris), despojos de la clase media sin aspiraciones ni futuro.
Ruizpalacios hace una muy buena recreación de la época en la capital del país, región que recientemente había sido golpeada por el primer gran sismo de septiembre.
Excelentemente documentada, la película presenta una temática inusual, de esas que no son frecuentes en el cine mexicano, tan plagado de comedias románticas de manufactura dudosa. Se agradece que exista una propuesta fresca, inteligente y, sobre todo, original.
El director aborda su aventura fílmica con refinamientos estilísticos que por momentos recuerdan a Scorsese y algunos planos de los primeros trabajos de Gus Van Sant. La cámara juega con emplazamientos y movimientos inusuales y se conjuga con una dinámica edición, que provoca una singular propuesta visual.
Existe un esfuerzo evidente de proyectar una película de cuño antiguo, precisamente como las que se hacían en la década de los 80, con todo y la sobrecargada banda sonora de Tomás Barreiro que enfatiza, con escándalo premeditado, los momentos crispantes.
En algunos pasajes hay chispazos oníricos y referentes surrealistas, mientras los personajes son rebasados mentalmente por la hazaña criminal que emprenden y que los coloca al borde de la locura y la desesperación.
El gran pecado de Museo es su carencia de riesgo. Hay muy poco del robo. El director deja pasar la gran oportunidad de presentar, en toda su emocionante dimensión, el insólito evento en el que fueron sustraídas las decenas de valiosas piezas prehispánicas.
Los ladrones emplean ingeniosos métodos para violar las vitrinas y traspasar las galerías. Sin embargo, pese a que esas horas del golpe debieron ser extremadamente tensas, no se percibe que los rateros estén tan inquietos por el riesgo de ser atrapados. Lo mismo ocurre con sus tontos esfuerzos por escapar y por comercializar la ardiente mercancía. Toda la policía especializada en robo de arte está al acecho, pero ellos se pasean campantes y despreocupados, como si el robo del siglo no les concerniera.
De esta forma, lo que parecía ser el recuento de un hurto perpetrado con maestría, se transforma en la odisea de dos chicos en fuga. El grueso de la película se concentra en los muchachos en el camino, alejándose del desastre cultural que han provocado.
El director se enfoca en explorar la psique de los raterillos, tratando de sobreponerse a la culpa y de obtener algo de dinero con su fechoría. Su interacción es involuntariamente cómica. Gael es el tipo listo y manipulador, mientras su cómplice, Leonardo, es presentado casi como un retrasado mental, que acepta ciegamente los dictados de su compinche.
Pese a que escapan con el botín, nunca dejan de ser un par de derrotados que no consiguen entender qué fue lo que los llevó a delinquir. Y eso que todo el país pensaba que el operativo había sido fraguado por una banda de profesionales del contrabando arqueológico.
Museo es una muestra de cine mexicano original, que presenta a Gael García más como actor que como estrella. Vale tan solo por ser una oferta insólita en las producciones aztecas.
Fuente proceso.com.mx