CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Desde el fondo del auditorio del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, una mujer gritó, a viva voz: “¡Queremos justicia, Andrés Manuel!”. Casi al mismo tiempo una joven lanzó, desesperada: “Ayúdeme a encontrar a mi hermano. ¡La SEIDO no sirve!, ¡La SEIDO no sirve!”.
Esta mañana, familiares de víctimas de la violencia que asistieron al Segundo Diálogo por la Paz, la Verdad y la Justicia aprovecharon la presencia del presidente electo para expresarle su indignación, hartazgo y rabia ante las promesas incumplidas por gobiernos anteriores, pero también para recordarle que decenas de miles de víctimas depositaron en él su confianza para poner un punto final a años de sufrimiento.
En ese sentido, exigieron a Andrés Manuel López Obrador que dote de recursos a la Fiscalía Especializada y a la Comisión Nacional de Búsqueda de personas desaparecidas y abra la puerta a la participación de las familias, pero también que acepte la ayuda internacional para investigar los casos de desaparición, obligue a los gobiernos estatales a cumplir con sus obligaciones, acabe con la corrupción y la impunidad, y que termine con la violencia.
Araceli Salcedo Jiménez, madre de Fernanda Rubí Salcedo –desaparecida en Orizaba, Veracruz, hace seis años–, recordó al tabasqueño que el Estado mexicano tiene “una enorme cuenta sin pagar” a los mexicanos, que está pendiente “desde la llamada guerra sucia hasta la guerra contra el narcotráfico (…) Las autoridades se mueven entre la negación, el olvido y la corrupción, y esperamos que esto no se repita en su gobierno”.
Sentado entre Olga Sánchez Cordero y Alejandro Encinas –futuros secretaria de Gobernación y subsecretario de Derechos Humanos, respectivamente–, López Obrador escuchó con aire asombrado, y a veces ausente, las propuestas, casos y reclamos de justicia.
En las sillas instaladas a su alrededor se encontraban Irinea Buendía Cortés, Mirna Nereida Quiñonez, Araceli Salcedo, Guadalupe Aguilar Jáuregui, Lucia Díaz Genao, Araceli Rodríguez Nava y Yolanda Morán Isaías, todas madres de desaparecidos, así como el poeta Javier Sicilia, quienes se sucedieron en la tribuna para compartir su diagnóstico de la situación y exponer exigencias a la nueva administración.
“Muchas sabemos de fosas, señor. Jalisco es una fosa. ¡México es una fosa!”, sostuvo Aguilar, y añadió: “La esperanza de encontrar la verdad se está perdiendo, queremos que renazca la esperanza de este México desangrado, de estas madres que lloran (…) que termine esta guerra, esta guerra silenciosa”.
Frente a la tribuna, centenares de víctimas, representantes de 50 colectivos de familiares de desaparecidos, defensores de derechos humanos, activistas, funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y periodistas atiborraban el auditorio. Decenas de manos levantaban mantas, cartones y fotografías de sus familiares desaparecidos, y a menudo lanzaban consignas de indignación o aliento.
“¡Oaxaca!”, “¡Reynosa!”, “Miren cómo estamos, ¡Ya basta!”, “¡Es culpa de Enrique Peña Nieto!”, “¡No estás sólo!”, “¡Ni una más!”, “¡Ni perdón ni olvido!”, “¡Nunca más, nadie más!”, brotaban a menudo los gritos desde el público.
Cuando Sicilia pidió un minuto de silencio en honor a las víctimas, una voz se elevó desde la audiencia para rechazar el acto. “¡No vamos a guardar silencio, ellos no están muertos!”. Acto seguido vino un ensordecedor grito: “¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”.
Y una señora, con la voz quebrada, estalló: “Estamos viviendo un dolor que no tiene nombre. ¡No hay nombre! Paso noches de rodillas pidiendo a Dios qué hicieron con mi hijo. Dejaron al país en un maldito cementerio”.
Fuente proceso.com.mx