El consumo de bebidas azucaradas, principalmente refrescos, es responsable de 24 mil muertes cada año en México, y de los decesos que se atribuyen a diabetes, afecciones cardiovasculares, obesidad y cáncer, uno de cada ocho está relacionado con la ingesta de esos productos, aseguró Dariush Mozaffarian, rector de la Escuela Friedman de Políticas y Ciencias de la Nutrición de la Universidad de Tufts, en Estados Unidos.
Como parte del estudio internacional sobre la carga global de enfermedad, encabezado por él mismo, descubrió que una alimentación deficiente es el principal factor de riesgo de muerte en el mundo.
En tres décadas (1980-2010), y sólo por el consumo de refrescos, se registraron 184 mil muertes en 54 países, donde vive 63 por ciento de la población mundial. La cifra representa 1.2 por ciento de los fallecimientos atribuibles a diabetes, enfermedad cardiovascular y obesidad.
Es relevante porque se trata sólo de un tipo de producto común en la dieta de las personas, sobre todo en México, que es el principal consumidor de refrescos en el mundo, abundó.
Mozaffarian está de visita en el país por invitación del Instituto Nacional de Salud Pública. Ayer ofreció una conferencia en el Instituto Nacional de Medicina Genómica y otra convocada por la Alianza para la Salud Alimentaria.
En esta última, el especialista, reconocido por su investigación sobre los efectos de la dieta y los estilos de vida en la salud cardiometabólica, comentó sobre los hallazgos más recientes en este ámbito.
Entre otros aspectos, destacó la importancia de que cualquier estrategia contra el sobrepeso y la obesidad resalte la diferencia entre las calorías, porque “no todas son malas”, y aun en personas con un peso corporal adecuado, existe riesgo de enfermedad y muerte si su dieta es abundante en alimentos procesados, azúcares, harinas refinadas, grasas trans, sal y alcohol.
Los programas de promoción de la salud, dijo, deberían enfatizar sobre patrones de consumo de alimentos y dejar de “contar” las calorías. También se debe dejar el discurso sobre el “equilibrio entre lo que se come y la actividad física”, porque ya se ha comprobado que esto no funciona para reducir el sobrepeso y la obesidad.
La clave está en el tipo de calorías y la promoción de la ingesta de frutas, vegetales, nueces y semillas, pescados y mariscos, aceites vegetales y granos integrales, entre otros. En cambio se debe desalentar el consumo de refrescos, azúcares, harinas, mantequilla, alimentos procesados y fritos.
Puntualizó que cada tipo de alimento tiene diferentes efectos sobre la actividad del hígado, en particular respecto a la producción de grasa.
Con base en estos y otros datos, Mozaffarian es promotor de una nueva política: aplicar un impuesto de 10 a 30 por ciento a los alimentos procesados, empaquetados, negocios de comida rápida y restaurantes, y que los recursos obtenidos por esa vía se utilicen para subsidiar la producción agropecuaria y pesquera, y en general productos como el yogurt, las semillas y alimentos no procesados. Elogió el impuesto a los refrescos que existe en México.