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Estrenan ‘La lengua en pedazos’ de la Compañía Nacional de Teatro

De adolescente la actriz Mariana Jiménez vio a Santa Teresa de Ávila como una “madre”, a la que llegó por medio de su obra literaria, y abrazó con “mucho fervor”. Ahora, la integrante de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) da vida a la doctora de la Iglesia en La lengua en pedazos, obra del español Juan Mayorga, cuyo texto se inspira en la autobiografía de la religiosa, Libro de la vida. Iniciará una temporada el 8 de marzo en el Teatro El Galeón Abraham Oceransky.

Entrevistada, Jiménez expresa: “Santa Teresa me parece una mujer impresionante que llevó acabo una reforma (de la orden carmelitana) todavía en el medievo, apoyada por 12 seguidoras. A Juan Mayorga lo conozco desde hace muchos años porque mi opera prima que dirigí en la CNT fue La paz perpetua, de su autoría. Cuando La lengua en pedazos llegó a mis manos me pareció una maravilla y cuando la Compañía decidió montarla me llamaron y convocaron a Diego Álvarez Robledo, un joven director, con una pasión enorme, que “abrazó el proyecto con mucho amor“.

“Un asunto de fe”: “A mi lo que me toca –además de identificarme en muchas cosas– es que la manera de expresarme por medio de Teresa, “no nada más es entender el mundo es ponerte en el lugar del otro”. Lo que sucede en el escenario es un “duelo dialéctico” entre el inquisidor (Rodrigo Vázquez) y la acusada, una lucha verbal que “pasa por el cuerpo”. La acción toma lugar en la cocina del convento.

Aunque la obra “enaltece la palabra”, el equipo creativo siempre quiso que todo pasara por el cuerpo porque “a lo contrario, no pasa. Eso es lo que tiene el teatro de maravilloso, el cuerpo cerca, que fue el reto siempre”.

Jiménez hace hincapié en los “aportes” de Álvarez Robledo al montaje, por ejemplo, “una mirada por medio del sonido”, que describió como “si el espectador pudiera percibir a partir de cierta distorsión todas las sensaciones o cosas que le pasan a los dos protagonistas. Para mi en esa unión hay mucha más que oposición”. Le complace la idea que estén juntos un hombre y una mujer en escena: “De eso se trata, eso hay que hacer, dialogar y entender al otro”.

Álvarez Robledo comparte que su primera impresión fue de un texto “sumamente difícil, aunque cautivador”. Para una persona “no religiosa, movía temas que me causaron mucho trabajo entender en lo personal, lo social y lo trascendente”. Al descifrarlo poco a poco, el entrevistado tuvo claro el camino que quería para el texto: “La idea de que todo el tiempo hubiera un triángulo entre algo, una presencia sonora, y que los actores pusieran en contraposición visiones muy distintas, no sólo de cuestiones religiosas, sino muy humanas”.

Precisa: “Quería algo que tuviera guiños a los hechos históricos, sin embargo que no pasara de allí. Los vestuarios –su diseño es de María y Tolita Figueroa– son quizá lo que más marcan lo histórico”. Álvarez Robledo siempre ha enfatizado lo sonoro: “La música siempre me ha parecido lo más cautivador. Al leer textos de San Juan de Dios así como otros filósofos y teólogos, siempre hablaban de la música como una manea de entrar en contacto con Dios. Quería una música más violenta, porque así son los temas de la obra, algo que estuviera a la altura de esta garra, esta carne expuesta todo el tiempo.

“De allí decidí despegarme de ésta época y buscar algo con percusiones más agresivas, que tuviera un lado muy dulce, a la vez que violenta”. En ésta “sola conversación” la música fue el primer gran aliado, el segundo fue “la mano brillante de la iluminadora Patricia Gutiérrez que tradujo perfectamente los ambientes lumínicos”.

Fuente: Jornada.com

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