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Doris Day muere a los 97 años: la más bella mentira de América

Doris Day, una de las estrellas más populares de Hollywood de los años 50 y 60 ha fallecido a los 97 años. La actriz fue protagonista de filmes como Quiéreme o déjame, Té para dos, El hombre que sabía demasiado, A la luz de la Luna, Pijama para dos o Confidencias a medianoche, trabajo por el que logró su única nominación al Oscar.

Day murió a primera hora de este lunes en su casa de Carmel Valley, California, rodeada de sus familiares y amigos, según señaló su fundación, la Doris Day Animal Foundation, en un comunicado publicado en su página web.

Doris Day dejó de hacer películas en 1968. El año es con toda probabilidad una simple casualidad. Pero, a su manera y sin querer, da una pista. Cuando el mundo que surgió de la Segunda Guerra Mundial decidía pegarse un tiro en la sien, ella, discretamente (o no tanto), se quitaba de en medio. Todo lo que pasaría a partir de entonces, nada tenía que ver con el universo de colores saturados donde ella fue reina.

Al fin y al cabo, todas las revueltas que vendrían después contradecían el significado profundo de su nombre; una consecuencia del tono dulce, melódico, desinhibido y casi perfecto de la canción de su repertorio Day after day. Digamos que cometió la misma e imperdonable osadía de mujeres como Greta Garbo: negarse a envejecer en la pantalla al lado de un tiempo que, en efecto, envejecía. Lo haría, eso sí, en la tele, pero eso es definitivamente otra historia. O quizá no tanto. No en balde, el optimismo desaforado cerca de la simple mentira que marcó a fuego los años 50 tuvo su relevo natural en el entonces primerizo tubo catódico.

Todo lo que vendría nada tenía que ver con el universo de colores saturados donde ella fue reina

La muerte de la actriz, cantante y sobre todo icono ha sorprendido a la cinefilia conspicua pendiente de la inminente inauguración de Cannes. El instante preciso de la noticia del fallecimiento ha saltado a los móviles justo en el momento en el que Thierry Frémaux, el delegado general del Festival, reflexionaba en rueda de prensa sobre la función de las estrellas en un universo como el del cine. “Quizá”, comentó, “ella sea un buen ejemplo del cambio de los tiempos. ¿Qué significa Doris Day para los jóvenes?“. Y ahí, en la pregunta extraña y sin respuesta, lo dejó. Tal vez, la grieta que abre el nombre de Doris Day entre una generación y otra sea síntoma y hasta metáfora de algo mucho más profundo. Y hasta oscuro.

UNIVERSO PERFECTO

Sea como sea, la actriz simboliza como ninguna otra eseuniverso perfecto que idearon iluminados como el urbanista y promotor inmobiliario William Levitt. Adalid de cada una de las visiones del propio Roosevelt, como el gran padre de esa clase media infinita, imaginó y construyó Levittown. En Pensilvania, surgió un centro urbano a la vez metonimia y metástasis de los ideales de una nación que se sabía entonces vencedora y hasta elegida por el mismo Dios en su perfección. Y para siempre. Se trataba del suburbio perfecto con sus calles perfectas, sus jardines perfectos, sus coches perfectos… que sólo podían ser habitados por parejas perfectas como Doris Day y Rock Hudson.

Los dos hicieron juntos tres películas que, a su modo, definen un mundo entero. Confidencias a medianochePijama para dos y No me mandes flores son la culminación de las carreras de cada uno de ellos en lo que mejor sabían hacer. Michael Gordon, Delbert Mann y Norman Jewison diseñan tres comedias románticas sobre la idea no tanto del engaño, como de la mentira consentida, aceptada y finalmente convertida en la única realidad posible.

En las dos primeras cintas, se trata de contar la historia de una pareja que se detesta para, finalmente, amarse como nadie hubiera sido capaz nunca. En sus cuerpos y ademanes de triunfadores se fragua el sueño oculto de un espectador que ve cómo, a pesar de dificultades y desajustes, todo tiene sentido. Ni una sombra de duda. La última de ellas, la más imaginativa, juega con la idea de la perfección más allá de la perfección misma. Un marido hipocondríaco busca nuevo esposo a su mujer sabiéndose al final de sus días. Por supuesto, ocurre lo único que podría ocurrir. Nadie muere, sólo la propia idea de muerte.

Por supuesto, y como toca a su calidad de estrella del momento, Day fue mucho más que sólo la pareja de Hudson. También lo fue de Frank Sinatra (Siempre tú y yo), de James Cagney (Quiéreme o déjame), de James Stewart (El hombre que sabía demasiado), de Richard Widmark (Mi marido se divierte), de Clark Gable (Enséñame a querer) o de Cary Grant (Suave como visón).

Quizá sólo Hitchcock leyó en su cabellera rubia el principio de un abismo desconocido

En todas y cada una de las películas, pocas veces es discutida su condición de espejo de una sociedad entera. Quizá sólo Hitchcock, como siempre, se atrevió a leer en su cabellera rubia el principio de un abismo desconocido. Es relevante que, así como Rock Hudson prestó su imagen impoluta a lecturas provocadoramente incómodas del otro lado de ese sueño americano de la mano de Douglas Sirk (Solo el cielo lo sabeEscrito sobre el viento o Ángeles sin brillo), rara vez la que encarnara a Calamity Jane en la redundante Doris Day en el Oeste dejó empañar su imagen perfectamente transparente. La que convirtiera la canción Qué será, será en algo más que una simple declaración de intenciones representaba en su amplitud la grandeza recurrente de una América que se soñó, otra vez, perfecta. La América que Trump reclama para sí, y para entendernos, es ésa. Pese a todo, pese a la imposibilidad y la gran mentira incluso de la pareja entre el homosexual Hudson y Day.

TODO ES MENTIRA

Ella protagonizó el último escenario en el que el cine se reivindicó frente a la tele; la última vez en el que los estudios se permitieron el lujo de ser todavía grandes. Cuando Coppolaoscureció su El padrino hasta la enfermedad lo hizo como respuesta a ese cine idílico en el que, en el fondo, todo acaba por ser demasiado cierto y claro para no ser otra cosa que mentira. Cuando Nicholas Ray hace declarar a Johnny aquello de “Miénteme… dime que me quieres todavía, como yo te quiero” y Vienna le contesta exactamente lo que quiere oír, lo hace tal vez para quitar el velo a todo lo que de pesadilla esconde el más bello de los sueños, la más cruel de las mentiras.

Luego llegaría la tele y allí, de nuevo, volvió a ser la Doris Day inmortal y perfecta que siempre fue y que, aún ahora, en la imagen desleída de un cine que ya no se ve, sigue siendo. Cuentan que a la muerte de su tercer marido, descubrió que éste había despilfarrado su fortuna. Podría haber sido una película más, pero fue el principio de su retirada del cine. Mentira sobre mentira hasta la más bella de las mentiras.

Fuente: El Mundo.es

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