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Caslavska, “La Novia de México”, la que nunca se doblegó

Venerada en México y reprimida en su país, la gimnasta checoslovaca Vera Caslavska se mantiene como una de las figuras históricas de los Juegos Olímpicos México 68. A 50 años de haber conquistado la justa que aquí se organizó, su hija, Radka, cuenta a Proceso de los sentimientos que su madre tuvo por los mexicanos y sobre la persecución política que padeció: “Fue más que una deportista que ganó siete medallas olímpicas de oro, fue firme en sus opiniones, congruente con los ideales y las acciones de vida”.

Medio siglo después de conquistar las máximas preseas olímpicas en el Auditorio Nacional y robarse el corazón de los mexicanos, la gimnasta checoslovaca Vera Caslavska (1942-2016) es recordada por su hija Radka Caslavska:

“Mi madre siempre me habló de cuánto amaba México no sólo por haber sido la primera gimnasta en haber ganado cuatro medallas de oro en la historia de los Juegos Olímpicos y casarse (con el atleta checo Josef Odlozil) en la Catedral Metropolitana, aquel año del 68 ante 100 mil personas, cuando la bautizaron La novia de México y La reina de las Olimpiadas, sino también por el cariño que sintió al regresar en 1979, convocada por el presidente José López Portillo, para formar a niñas mexicanas en el arte de la gimnasia olímpica.”

–¿Cuál considera que es la importancia histórica de Vera Caslavska?

–No fue solamente una deportista que ganó siete medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 y México 1968. Ella también era una persona firme en sus opiniones, congruente con los ideales y las acciones de vida. Por algo también ganó el premio Fair Play del Comité Olímpico Internacional, pues creía que una victoria moral es para todas las naciones.

“Su valía reside en no haberse dejado manipular por los políticos, quienes la acosaron antes de venir a México para que se retractara de haber firmado el Manifiesto de las Dos Mil Palabras tras la Primavera de Praga, promulgado por el escritor y periodista Ludvik Vaculik junto con intelectuales y artistas checos. Mi madre nunca doblegó su espalda ante el poder.

La protesta silenciosa

Nacida el 4 de agosto de 1969 en Praga, la terapeuta física Radka Caslavska afirma sonriente y en clarísimo español que “mi mamá decía que yo había sido ‘hecha en México’ y eso me da un gustazo enorme”.

La piel se le eriza cada vez que oye el Jarabe tapatío y Allá en el rancho grande, confiesa, porque fueron las melodías que su mamá bailó acompañada al piano en los ejercicios gimnásticos de piso, en el Auditorio Nacional, durante su actuación en los XIX Juegos Olímpicos. Sin embargo, los jueces dieron los mismos 19.675 puntos de Vera a la soviética Larisa Petrik. Ambas compartieron el oro.

“El público abucheó a los jueces. Mi mamá fue muy aclamada, subió al podio y le dio un tremendo orgullo que los mexicanos tocaran primero el himno de Checoslovaquia, un país pequeñito que había sido invadido por la gigantesca Unión Soviética. Y cuando sonó el soviético, mi mamá bajó la cabeza a un lado, con tristeza, en lo que la prensa designó como ‘la protesta silenciosa’.

“El gesto de mi madre no fue contra Larisa Petrik, sino en desacuerdo por la invasión de los tanques rusos a Checoslovaquia que entraron como ladrones a Praga la madrugada del 21 de agosto de 1968 y se quedaron dos décadas.”

Al frente de la Fundación Vera Caslavs­ka que creó hace un par de años, Radka, cuyo apellido usa orgullosa, llegó a México invitada por la embajada de la República Checa para organizar la exposición temporal “Vera Caslavska 68”, que inaugurará el próximo viernes 26 al mediodía en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo (Moneda 13, Centro Histórico) para mostrar medallas, atuendos y otros recuerdos de La novia de México.

“Tuvimos muy buena relación como mamá e hija, como amigas y consejeras. Hoy he llegado aquí con la idea de hacer esta exposición de recuerdos y objetos magníficos de mi mamá por los 50 años de los XIX Juegos Olímpicos de México 1968, gracias a mi amiga, la cantante oaxaqueña María Ferrina Alonso, quien me ayudó mucho a conseguir los contactos; al profesor Sandalio Sainz de la Maza, coordinador de actividades deportivas, sociales y recreativas del Metro de la Ciudad de México, juez de atletismo en el 68, más un buen equipo con mi paisana checa Mónica Vojtechova, de nuestra fundación.”

El lunes 15 Radka presentó en la Cineteca Nacional el estreno de la película Vera 68 (2012), documental de 90 minutos dirigido por Olga Sommerová, recién subtitulado al español por Canal Once, en el que se ve la entrada entre vítores de la delegación atlética checoslovaca al Estadio Olímpico México 68 en Ciudad Universitaria: “¡Checos, checos, ra ra ra!”.

Fue un momento solidario “pues demostraba que México estaba en favor de los débiles y contra los invasores, contra los imperios”, dice.

Cuando Vera Caslavska regresó a Praga, la policía secreta de Checoslovaquia presionó a la campeona para que se arrepintiera de firmar el Manifiesto de las Dos Mil Palabras. Se negó. El gobierno la condenó al ostracismo laboral en su país.

“Mi nombre, Radka, quiere decir ‘alegría’ o ‘felicidad’. Cuando era niñita pasamos los tiempos más bonitos de la familia, pero como mi mamá no quiso retirar su firma del Manifiesto de las Dos Mil Palabras pronto fue acosada por la policía secreta de Checoslovaquia. Escribió su libro El camino al Olimpo, que apareció luego, pero completamente censurado, mutilado.”

Otro libro suyo, biográfico, lo dejó inconcluso.

“Todo se complicó… En esos tiempos hablar de Vera se hizo un tabú; decían que había sido demasiado terca al no retractarse, y los políticos quisieron borrar su nombre. Yo me daba cuenta cuando hablaban de dicha situación en casa, pues los adultos abrían las llaves del agua para que yo no me enterara, no podía oír bien con el ruido de la regadera o el lavabo, aunque notaba cosas raras e intuía que algo malo había contra mi mamá.”

Nacida para ganar

Radka cuenta que la filosofía triunfadora de Vera Caslavska posee su raigambre en el concepto de la educación según los antiguos griegos. “Es decir, en la kalokagathía, que devino en el lema mens sana in corpore sano, adoptado por el barón Pierre de Coubertin en los Olímpicos de Atenas 1896”.

Si en Tokio 1964 se llevó el oro en salto de caballo, viga de equilibrio y concurso general, para México 68 destacó en todas las pruebas: caballo largo, barras asimétricas, clasificación individual general, además de piso, siendo segunda en viga de equilibrio, así como por equipos.

A partir de 1989 su nombre fue reivindicado por el presidente Vaclav Havel, quien la llamó a trabajar con él en el Castillo de Praga.

“Vivíamos en un lugar muy bonito que tiene muchos parques y mucha naturaleza. Como aparece en el documental, limpiamos los desechos del lago pues mi mamá amaba la naturaleza. Me decía que el planeta sufre por nuestra basura y le daba vergüenza que la gente careciera de la conciencia necesaria y que no tuviera una mente sana en un cuerpo sano para vivir feliz.”

–¿Que más aprendió de su mamá?

–La perseverancia. Para ser una gran atle­ta hay que tener una fuerza de voluntad férrea. Saber que el trabajo es duro y que debemos saber terminarlo, no hay que dejar nada a medias. Trabajar para mejorar el mundo y hacer cosas buenas aquí y ahora. Siempre fue una mujer congruente con sus ideales.

–¿Cómo se llevaban?

–Nos tuvimos un amor mutuo formidable y nuestra amistad era fuerte, estuvimos muy cercanas y también con mi hermano Martin. Yo crecí desde chiquitita con México en mis venas porque cuando era una bebé tenía en mi cuna globos de los Juegos Olímpicos, con el logo maravilloso que diseñó el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, de México­ 68.

“Crecí con hábitos mexicanos. La música mexicana hacía cantar y bailar a mi abuelita y a mi mamá; ambas la disfrutaban intensamente, como la ópera y la música clásica.”

La abuela se llamaba Anna, quien además fue su madrina y la llevó corriendo a la catedral a bautizar en primera fila. Radka cuenta que su abuela constantemente le decía a su mamá: “Vera, tú siempre hasta adelante en todo”. Algo presentían los familiares de la futura reina olímpica…

La hija de Vera Caslavska cuenta que su mamá patinaba y empezó con el ballet a los tres años y que, pese a que tenía dos hermanas mayores, un día su entrenadora y coreógrafa le dijo a la señora Anna: “Esta chiquilla, Vera, sí tiene talento”.

Radka dice que su mamá recibió al apoyo de sus padres a tal grado que realizaban espectáculos de ballet como las Hermanitas Caslavska. “¡Fueron conocidísimas!”, presume.

“Mi abuelita no venía de familia rica, tocaba un poquito el piano, pero mi mamá, demasiado inquieta, era mejor en el ballet y en los deportes. Tenía su cámara de 16 milímetros, hacía buenas fotos, pintaba muy bien y escribía con elegancia.

“Leía especialmente sobre medicina en general, estudiaba acerca de cómo practicar cirugías y operaciones de quirófano, le apasionaban la ciencia y el arte. Uno de sus ejemplos era el médico, filósofo, músico y teólogo francés-alemán Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz 1952, porque ayudaba a la gente.

“Devoraba cuanto libro en torno a Schweitzer caía en sus manos.”

Radka decidió estudiar terapia física trabajando con niños discapacitados, por ser una “disciplina que los deportistas necesitan. De ahí que nuestra Fundación Vera Caslavska los ayude a mantener buenas posturas corporales, porque sin ellas tendrán problemas con la espalda cuando sean adultos”.

Durante la charla, la hija de Vera insiste en la máxima de Juvenal que pregonaba su mamá: “Hoy los deportistas se olvidan de cultivar la mente y el espíritu. Carecen de curiosidad por la cultura y el conocimiento intelectual. Para mi mamá era bueno el balance, pensaba que de nada sirve a un deportista matarse haciendo sólo ejercicios físicos.

“Lamentaba que los chicos apenas tuvieran una hora o dos diarias de actividad deportiva y se pasaran la tarde sentados frente a sus computadoras o teléfonos y tabletas, sin leer historias extraordinarias de vidas ejemplares ni correr. ‘Los seres humanos hemos nacido para movernos, no para estar ahí sentados’, me decía.”

Hace cinco años, Radka y María Ferrina Alonso se conocieron. Al respecto, dice la cantautora nacida en Putla, Oaxaca:

“Tenemos amigas comunes en Cuernavaca. Yo hallé a Radka en una playa bonita, aunque no muy turística, en México. De inmediato congeniamos. Le escribí una canción con mariachi a su mamá, que se llama Vera, y tuve una relación muy cercana con ella por teléfono.

“Ya estaba malita, pero fue en extremo amable, estaba feliz cuando la última vez se la canté… ‘Érase que se era en Praga primavera/ en el aire flotaban sueños y en la Olimpiada/ Vera veía ondear su bandera/ sobre el miedo a la suerte/ la verdad prevalece…’”

Vera Caslavska ha sido la única mujer condecorada en Japón con una espada sagrada de samurái, por su maestría y valor de guerrera. Radka concluye: “Los japoneses aún la recuerdan, para ellos es: ‘Nuestra amada Vera’”.

 

Fuente proceso.com.mx