CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Cinco meses de transición es una larga pausa que Andrés Manuel López Obrador y su equipo han tenido que aguantar para asumir el poder y en estos días se han expuesto, de manera anticipada, las principales dificultades que habrán de enfrentar los próximos seis años, algunas de ellas, propias de las circunstancias y otras generadas por ellos mismos.
Una de las dificultades que se han expuesto en este periodo de espera es el uso de los términos con los cuales López Obrador ha definido algunas estrategias de su gobierno o calificado la situación del país que heredará de Enrique Peña Nieto.
Acostumbrado a usar un lenguaje como candidato, ahora como presidente electo no distingue la importancia de las diferencias semánticas y de la responsabilidad que conllevan las mismas.
Aunque parezca que no tiene importancia, el uso de estos términos ya le ha acarreado problemas que han impactado en la credibilidad de su proyecto.
Más allá de haberle llamado “corazoncito” a una reportera, un término coloquial en Tabasco, cuando López Obrador menciona que el país está en “bancarrota”, esta expresión propia de un candidato en campaña para atraer votos, ya no puede ser utilizada tan fácilmente por un gobernante, pues atañe a una situación de crisis financiera y económica que puede generar la cancelación de la deuda externa con las consecuencias que esto podría tener para México.
Otro ejemplo de esta situación es mencionar los términos de “perdón” y “amnistía” ante los familiares de los muertos y desaparecidos en esta guerra contra el crimen organizado.
La sola mención del “perdón” a los victimarios ante los familiares de las víctimas ha generado molestia y enojo social, mismo que, precisamente, fue uno de los factores que inclinaron el voto a su favor el pasado 1 de julio.
Aunque le recomendaron ya no insistiera en el “perdón” y la “amnistía” antes de que entrara al segundo foro de Paz y Justicia celebrado la semana pasada, fue justo lo que hizo ante los reclamos de los familiares de desaparecidos y las organizaciones de víctimas de la violencia que piden justicia, verdad y reparación de daño antes que perdonar a los victimarios.
Con estos ejemplos, es evidente la importancia de que el presidente electo haga cambios y ajustes en el uso del lenguaje, porque no es lo mismo hablar como candidato que como futuro presidente de la República.
Insisto, aunque parezca una nimiedad, el uso de las palabras implica una responsabilidad en ese nivel de gobierno.
Por cierto… Ahora que está en su “gira de agradecimiento”, López Obrador mantiene el discurso de candidato que ya no es necesario. Otra vez habló de “camajanes” y de “prensa fifi”. Habrá que esperar que asuma su responsabilidad como titular del Ejecutivo para saber si utilizará otro discurso y si éste estará acompañado de hechos y acciones como lo esperan los 30 millones de personas que votaron por él en un acto de fe y de esperanza de que la situación de crisis en el país cambie y mejore.
Fuente proceso.com.mx