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AMLO inaugura el Salón de la Fama del beisbol en Monterrey

Jueves 21 de febrero de 2019. Monterrey, NL. Entre la élite del beisbol congregada para inaugurar la nueva sede del Salón de la Fama dedicado a su deporte predilecto, el presidente Andrés Manuel López Obrador se abrió un espacio en su agitado trajinar de gobierno para confiar a su audiencia casi como hazañas, su paso por los diamantes: Yo jugué beisbol con los grandes de mi pueblo siendo todavía estudiante de primaria. En secundaria era yo prospecto para Grandes Ligas. No es por presumir.

En las primeras filas, algunos de los bigleaguers más conotados, Fernando Valenzuela, el Toro de Etchohuaquila, y Teodoro Higuera encabezaron la selecta presencia de figuras que vislumbran satisfechos el arranque del sexenio del beisbol. Es una inédita mezcla de políticos, empresarios y peloteros, posible sólo por la inocultable pasión del Presidente.

Todos ellos convocados por la incontenible filantropía que en materia beisbolística tiene el empresario Alfredo Harp Helú. Con su fortuna financió la construcción de la nueva sede del Salón de la Fama, desparecido desde 2013 por fal-ta de recursos.

Aclamado como ningún otro entre los presentes –con López Obrador en primera instancia–, Harp Helú anunció nuevas inversiones en el deporte que lo identifica con el Presidente. Esta vez para financiar el cumplimiento de una promesa de campaña: la remodelación del estadio de los Algodoneros de Guasave para concretar su retorno a la Liga Mexicana del Pacífico, como ofreció el tabasqueño.

El mandatario lo colmó de elogios, innegable expresión de la buena estima en que lo tiene no sólo por sus coincidencias deportivas: Alfredo, eres un ejemplo porque no sólo te dedicas a la actividad empresarial, sino tienes dimensión social, cívica y además esta afición por el beisbol.

Su discurso reflejó su obsesiva pasión beisbolera en un apretado recorrido entre sus andanzas y los recuerdos de los inmortales por sus hazañas en el parque de pelota.

Habló de que en su tiempo jugaba descalzó como jardinero central –porque así era la usanza en el Trópico– y narró por qué desde aquellos tiempos trae un dedo torcido, producto de un intrépido lance.

Fíjense que es tanto el afecto que le tengo al beisbol que, dicho sea de paso, todavía juego y todavía macaneo; estoy bateando arriba de 300, así como ven. Afecto que tuvo su expresión en el presupuesto: una partida destinada –les informó– para financiar becas para beisbolistas. Y quienes no den el ancho que terminen la carrera de educación física.

Y efectivamente, minutos después, durante el recorrido por este templo beisbolero –como lo llamó Harp–, empuño el bat para mostrar su habilidad pegando sendos toletazos.

fuente jornada.com.mx

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